domingo, 12 de abril de 2009

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"Como sedimento del largo periodo infantil en que el hombre en formación vive dependiendo de sus padres, nace en el yo una instancia particular que perpetúa esa influencia parental: el superyo". El yo recibe el impulso sexual y lo satisface, lo difiere o lo reprime, de acuerdo con el principio de realidad y el superyo, productos de los convencionalismos sociales. La personalidad del hombre es el resultado de este proceso, y crecería sana si la satisfacción de los instintos fuera libre.
Para Freud, toda la historia y la cultura son el resultado de dicha tensión, pues el pensamiento, el arte y la religión son, en el fondo, productos de la sublimación de una libido siempre insatisfecha. Toda creencia religiosa, en el plano individual y en el colectivo, queda reducida a neurosis obsesiva. Freud se enfrentó en concreto a la religión católica en una lucha ideológica sin cuartel. En El porvenir de una ilusión (1927) escribió:
El intento de conseguir una forma de protección contra el sufrimiento mediante una reelaboración ilusoria de la realidad es la empresa común de un número considerable de personas. Las religiones humanas tienen que ser clasificadas en el grupo de las ilusiones masivas de este tipo. No necesitamos aclarar que quien participa de una ilusión jámás le asigna este carácter.
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